domingo, 16 de julio de 2006

JESÚS Y LA FAMILIA


Jesús nació en el seno de una familia de piadosos israelitas. De José, su padre adoptivo, se dice expresamente que era un hombre honrado (Mt 1,19) y de su madre se hacen las mejores alabanzas (Lc 1,28.42-45). Se trataba de una familia unida, que supo soportar la adversidad en silencio y con fe (Mt 1,19-20), que se mantuvo firme en la persecución (Mt 2,13-21), y que siempre se comportó como gente piadosa y observante (Lc 2,21-24.41). En una familia así, creció y se educó Jesús (Lc 2,39-40. 50-52), siempre bajo la autoridad de sus padres (Lc 2,51).

Criado y educado en este ambiente, nada tiene de particular que Jesús, durante su ministerio público, hablara con frecuencia de la familia. Emplea comparaciones familiares para explicar su doctrina sobre el reinado de Dios y la bondad asombrosa del Padre del cielo: Dios es como el padre que está siempre dispuesto a escuchar a sus hijos (Mt 7,9; Lc 11,11-13) o a recibir y perdonar al hijo que se va de la casa y malgasta la fortuna (Lc 15,20-32); porque Dios es el padre de todos (Mt 5,16.45.48; 6,1.4.6.8.9; etc), y todos los hombres somos hermanos (Mt 23,8-9).

Jesús habla también del padre que envía a sus hijos al trabajo (Mt 21,28-31) o a su hijo único a cobrar la renta de una propiedad (Mt 21,33-37); Mc 12,5-56; Lc 20,13-14). Del padre que descansa con sus hijos (Lc 11,7) o del cabeza de familia que saca de su arca lo nuevo y lo viejo (Mt 13,52). También habla de las fiestas de bodas (Mt 22,2-3; Lc 14,16-24; Mc 2,19; Lc 5,34; Mt 25,1), de mujeres que están embarazadas o criando (Mt 24,19; Mc 13,17; Lc 21,23), de los dolores de parto y de la alegría de la maternidad (Jn 16,21); del hermano que se preocupa por la suerte de sus hermanos (Lc 16,27) o de los hermanos que no se llevan bien entre sí (Lc 15,28). De los hijos que desatienden a sus padres (Mc 7,10-13; Mt 15,3-6) o, por el contrario, de los buenos hijos que son conscientes de sus deberes familiares (Mc 10,19; Mt 19,19; Lc 18,20). Casi todas las situaciones familiares y las relaciones humanas que ellas implican, son asumidas por Jesús para explicar a sus oyentes el significado de su mensaje.

Pero las enseñanzas de Jesús sobre la familia van mucho más lejos. Porque en los Evangelios hay toda una serie de afirmaciones en las que Jesús defiende las relaciones de familia o asume tales relaciones como modelo de comportamiento para sus discípulos. Así, Jesús defiende la estabilidad del matrimonio al afirmar que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre (Mt 19,4-6; Mc 10,6-9) o al decir que quien repudia a su mujer comete adulterio (Mt 5,31-32). Es más, Jesús afirma que quien mira a la mujer ajena excitando el propio deseo comete adulterio en su interior (Mt 5, 28), porque es del propio corazón de donde brotan las malas acciones, concretamente los adulterios (Mc 7,21-22).

Jesús presenta también el modelo del padre que quiere tanto a sus hijos que pone a disposición de ellos todo lo que tiene (Lc 15,31-32); y el modelo del hijo que hace siempre lo que ve hacer a su padre (Jn 5,19-20). Censura el comportamiento de los hijos que se desentienden de sus padres y no les prestan ayuda (Mt 15,3-6; Mc 7,10-13). Elogia a quien es consciente de sus obligaciones familiares (Mt 19,19; Mc 10,19; Lc 18,20); y envía a un recién curado a anunciar entre su familia las maravillas que el Señor ha realizado en él (Mc 5,19; Lc 8,38-39).

Y todavía algo más: Jesús no se cansa de presentar las relaciones mutuas de los creyentes como relaciones de hermanos, que son capaces de superar todo enojo (Mt 5,22), que se perdonan siempre (Mt 18, 21; Lc 17,3) y se aceptan mutuamente (Mt 5,23-24), sin fijarse en defectos o fallos personales (Mt 7, 3-5; Lc 6, 41-42). Ello es señal de que la relación fraterna es para Jesús una forma de relación ejemplar, hasta el punto de que él mismo se considera hermano de todos (Jn 20,17; ver 21,23).

Jesús sabe que el hecho de la familia es decisivo en la experiencia y en la vida de los hombres. Por eso, habla frecuentemente de las relaciones familiares como modelo para explicar lo que es Dios o el reinado de Dios en el mundo. Y así, las relaciones del esposo, padre, madre, hijo, novio, hermano, aparecen repetidas veces en boca de Jesús cuando habla del reinado de Dios, de lo que es Dios para los hombres, de lo que éstos tienen que ser ante Dios, o de lo que todos debemos ser, los unos para con los otros. Desde nuestras experiencias en la vida de familia podemos todos comprender, de alguna manera al menos, lo que deben ser nuestras experiencias ante Dios y ante los demás. La familia es fuente de vida y fuente de alegría por la vida que transmite. En ella está Dios. Es un espacio humano privilegiado donde nace, crece y se cultiva el amor. Y con el amor, la felicidad, la generosidad, la entrega de unas personas a otras, la responsabilidad ante las propias tareas y obligaciones, la piedad honda y sincera. Todo esto es, no sólo importante, sino incluso decisivo en la vida de los hombres. Y Jesús lo sabe, lo reconoce y con frecuencia habla de ello.

D. Manuel Pozo Oller
Vicario Episcopal